jueves, 18 de octubre de 2007

Prólogo de Ivonne Bordelois

“Cocinar es una de las tantas formas de hacer el amor”: Miroslav Scheuba, sale aquí con todas sus plumas, sus sartenes, sus paletas, su inspiración checo-chilena-argentina, a demostrar, a probar y comprobar para nosotros la suavidad del aceite, el evangelio de la harina, el ojo del fuego, el emocionado arroz, las ostras mentirosas, las nocturnas papas, la bondad del agua y el piropo de la pimienta negra.
Su elemento y condimento es la metáfora nutricia, el gusto por la vida y la materia y literariamente, una especie muy poco frecuentada en nuestros días de deliberados y aburridos deconstruccionismos y otras negras filosofías: las ganas, las poderosas y vitales ganas de vivir y gozar y compartir vida e inocentes gozos con los amigos y los semejantes. Un erotismo candoroso y alegre recorre estas páginas que nos proponen frutas y pescados, comidas al borde del mar y de las nubes, recetas milenarias y otras modernísimas, secretos exóticos y otros venidos de los delantales de la abuela, enlaces inesperados de colores, sabores, leyendas afrodisíacas y celebración de jacarandaes y jengibres.
La inspiración panamericana de Scheuba recorre las selvas del Amazonas y los campos de maíz, pero su ímpetu cósmico lo lleva a derramarse por Corea y Vietnam, por Singapur e Indonesia, en busca de nuevas pistas para el olfato y el gusto, para la inspiración y el placer. Su elogio de los vinos orientales, de esa historia que atraviesa Persia y Grecia hasta llegar a Roma, es también una plegaria por la trágica Babilonia de nuestros días, teñida en el rojo vino de la sangre inocente. Pero el comer y el beber, por el contrario, son señales certeras de ágape, de paz, de alegría y de reconciliación, de reconocimiento por esa “enigmática abundancia del mundo” de la que hablaba Borges. De ella este libro es un ferviente y enamorado homenaje, del mismo modo que su diagramación es un reflejo fiel de su refinado preciosismo.
Como Horacio, el sabio poeta latino, uniendo lo útil a lo elegante, Miroslav Scheuba acompaña sus efusiones líricas -como su certera alabanza el sagrado sabor del curry- con puntuales, amorosas y minuciosas recetas de cuya eficacia doy fe. Entre el lector con confianza y alegría en este libro que no viene a abrumarlo, intimidarlo o enceguecerlo, como es costumbre de la malvada literatura de nuestros días, sino a llevarlo de la mano, de los ojos y de la lengua, a uno de los pocos inmarcesibles territorios que nos quedan de armonía e ingenuo placer: el banquete con los amigos y los amantes, ocasión de ingenio, saludable hedonismo y puerta inconfundible a las confidencias más memorables del amistad y el amor.
Ivonne Bordelois


EN EL LARGO SENDERO DEL VINO

Cada viajero le debe al vino los jardines de Babilonia,
paraíso que por estos días ha conocido el infierno.
De ahora en adelante,
dentro de ese templo que es una bodega
o cada vez que estemos frente a una copa
tomémosla como si todos tuviéramos una gran sed de paz.
En papiros y pergaminos la vid ya estaba escrita
cuando cumplía con su destino
de ser vino trabajado por manos sumerias,
milenios después,
de ser llevado en carruajes asirios
y de haber tenido su precio en la nave fenicia,
como dioses y monumentos tuvo en la antigua Grecia,
donde fue el éxtasis de Dionysos y siglos después,
el movimiento embriagador de las bacantes.
Demás está decir que nos podemos acordar de todo esto
en una tela, en aquel racimo pintado por Caravaggio
que sostiene un Baco adolescente. En el vino está el ayer
y en esos ayeres, Omar Khayyam,
cuyas manos en la taberna
se elevaron en plegaria. En sus rubaiatas
el vino está servido como una rosa silenciosa.
En el brindis el Persa
nos da a probar una roja metáfora:
ese pasajero rubí es la vida.
Hoy en Roma, en Madrid,
en Londres, en Praga, en Buenos Aires,
el vino sigue siendo un respiro necesario.
Con o sin castillo,
de Villón a Baudelaire el mosto
es un gentil amigo de la poesía de Francia.
En América
los primeros sarmientos los cultivaron los Jesuitas,
quienes trabajaron en su trapiche
alegrando el corazón del hombre.
Hombres después
subieron a la cumbre de las palabras
donde Neruda lo dibujó liso como una espada de oro
o suave como un desordenado terciopelo.
A la ribera de un río enamorado,
Borges nos recordó que “fluye rojo
a lo largo de las generaciones
y como el río del tiempo, en su arduo camino,
nos prodiga su fuego, su música y sus leones.”
Toda civilización en su alimento
invoca un ruego mágico y misterioso.
Con el pan y el vino,
pertenecemos a la civilización del amor y del perdón.
Como blanco combatiente o tinto herido,
el valiente vino
condecorado igual que un héroe,
medalla tras medalla,
responde, saluda y sigue.
..........................................................
Ostras con perlas cultivadas

Aprenda
a conocer
las ostras,
las frescas
son egoístas
y cerradas.
Tenga en cuenta
la aritmética
y
no compre
sin
entusiasmo
Piense
en docenas
y alégrese.
Si está oscuro,
triste o melancólico
deje las otras para otro día
y practique el ostracismo.
El segundo relámpago...
es aprender a abrirlas;
es todo un arte.
Si se corta un dedo, insulte.
Luego lávelas con la bondad del agua.
(Ellas hacen el amor en la playa
y siempre están sucias de arena.)
Pruebe a la que considere sospechosa
y si le miente, escúpala. Es un deber
acordarse de tener mucho hielo
y no olvidarse del vino. Mejor con espuma.
Consiga un collar de perlas falsas y suéltelo
sobre el hielo picado, lecho nupcial de ostras
y perlas que si de pura emoción
de falsas pasan a verdaderas, usted es un poeta.

2 comentarios:

Celmiro Koryto dijo...

tu poesia es como el vino de babilonia añejo y difícil de ubicar pero conocido imposible de dejar de tomar...Las ostras son otro plato fuerte, soy maestro heladero artesanal y un cheff a veces repetido, pero un gusto comer tus palabras.
Celmiro Koryto

Camila dijo...

Soy una persona que le gusta mucho la poesía y por eso trato de leer mucho sobre esto. Me gusta tirarme en mi casa a leer muchos poemas y de esta manera trato de tirarme con la compañía de mi split